Rincones de Iberia

viernes, 2 de julio de 2010

Caballucos del Diablo


Dios se apiade de quienes, en la noche de San Juan, transiten los senderos de Cantabria, pues es en esa noche que se dejan ver unos seres malignos y peligrosos llamados por los habitantes de esta tierra : Caballucos del Diablo o Caballucos del Mal, y por su nombre se puede adivinar que son de todo menos benignos.
Son siete estos jinetes, que montan sobre una suerte de libélulas gigantes, afirman los lugareños que el mismo Diablo monta uno, y el resto son demonios que le siguen. Los Caballucos del Diablo, en otro tiempo, fueron pescadores que perdieron su alma y es ven obligados a vagar por Cantabria. Cada uno de ellos, tiene un color que le permite ser diferenciado del resto:

- Rojo: Un prestamista que usaba artimañas y triquiñuelas para embargar las propiedades de sus deudores.
- Blanco: Un molinero que robaba a su señor.
- Negro: Un ermitaño que engañaba a las gentes.
- Amarillo: Un juez corrupto.
- Azul: Un tabernero.
- Verde: Un terrateniente que deshonró a varias doncellas.
- Naranja: Un hijo que golpeaba a sus padres con odio.

Dichos seres, se dedican durante la noche, muestra de su malignidad, a comerse y destrozar todas las flores de agua y los tréboles de cuatro hojas surgidos esa noche, pues según dicen, al hallar los mozos y las mozas una flor de agua, son bendecidos con el amor y la felicidad, y si hallan un trébol de cuatro hojas, obtienen las cuatro gracias de la vida:

* Vivir cien años.
* No sufrir dolores en el resto de la vida.
* No pasar hambre.
* Aguantar con ánimo sereno toda contrariedad.

También es obra de estos seres malignos el traer la mala suerte, pues si pasan sobre la hoguera de San Juan, sobre las gentes se cierne un oscuro presagio, y sólo de dos formas pueden librarse de tal desventura: trazando en el aire siete cruces antes de que se acerquen, cosa difícil y casi imposible dada la velocidad con que se desplazan, o bien -que es lo que se suele hacer-, llevar una rama de verbena o yerbuca de San Juan cogida en la madrugada de la noche de San Juan, pues es bien sabido que esta planta todos los males espanta, y los caballucos no son excepción a pesar de que sus maldades no pueden ser contrarrestadas ni por las Anjanas.
A las primeras luces del alba, por suerte para todos, tras una noche de correrías y destrozos en los campos y caminos, los Caballucos del Mal se retiran hasta el año siguiente, pero al marchar, sus babas gotean y al enfriarse contra el suelo, se tornan oro, un oro mágico que asegura a aquel que lo recoja una vida de lujos y comodidades, pero al morir, su alma irá al infierno.
Ignorando esto, algunos se aventuran a las primeras horas del alba tras estos pedacitos de fortuna infernal, ocultándose, eso si, de los mozos y las mozas que salen a recoger las flores de agua y los tréboles entonando esta canción:

"A quín coja la yerbuca
la mañana de San Juan,
no li dañarán culebras
ni caballucos del mal"

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